Inés San Juan Sánchez recibió un segundo premio en la XI edición de Eustory por el trabajo «La puente de Solía» y ha participado en el EUSTORY Summit 2019.

Llegué al aeropuerto de Berlín con la única compañía de mi maleta y sin saber muy bien qué esperar. Sin embargo, no tuve tiempo de ponerme nerviosa. Apenas había comenzado a caminar cuando encontré a dos de los monitores que estarían aquellos días trabajando incansablemente para que todo saliera bien. Tenían una sonrisa enorme que no les abandonaba nunca la cara, y recuerdo que empecé a intuir que no iba a ser capaz de olvidar esos días.

Y efectivamente incluso ahora, casi medio año después, soy capaz de recordar con claridad todo lo que pasó; los paseos por Berlín, las charlas pasadas las 12 que te hacían irte a dormir sonriendo y levantarte con una sonrisa aún mayor, las comidas en mesas enormes llenas de gente que apenas conocías, pero que ya sentías como amigos cercanos…

Hay amistades que se hicieron ahí que traspasan fronteras, idiomas e incluso el paso del tiempo.

Berlín será siempre una ciudad que llevaré conmigo, a pesar de que lo que menos recuerdo en sí del viaje es la propia ciudad, porque no hay ningún edificio que pueda igualarse a la sensación de felicidad eufórica que nos envolvía a todos aquellos días y nos hacía reír hasta quedarnos sin aire, ni al orgullo que sentí cuando se acabó nuestra actuación y oímos a todo el público aplaudiendo sinceramente.

Recuerdo que el invierno no me estaba tratando demasiado bien hasta que llegué, pero que allí, metidos en el taller, todos bailábamos como si no hubiera nadie mirando.

Recuerdo que trabajábamos con los nervios a flor de piel, y que lloramos, y reímos, y gritamos, y que los idiomas nunca habían significado menos, porque todos éramos capaces de entendernos con una mirada. Y sé que nunca voy a querer sentirme menos libre de lo que me sentí en esas cuatro paredes, rodeada de amigos y de música.